lunes, 18 de septiembre de 2023

Demasiado pronto.

 Arranco estas líneas con el corazón encogido. Se me acumulaban desde hace ya tiempo, aunque una intente posponerlo. Ahora, ya desbordantes, salen a la luz. Es su momento, y no sé en qué momento ha ocurrido.

Recuerdo cuando tuvimos nuestra primera conversación seria, la primera entre hermanos de igual a igual, sin hablarte como a un niño. Pero aquel día aun no te vi como a un hombre. Era pronto.

Recuerdo las risas con los primeros atisbos de tu barba. Pero no recuerdo cómo tu rostro adquirió facciones más marcadas, de ese proceso no fui consciente. Sólo lo vi claramente, en una foto, cuando ya casi eras un hombre… Pero todavía no; era pronto.

Recuerdo cómo nos pareció que tu afición al deporte cada vez era menos infantil, luego menos adolescente, y al final, menos amateur. Recuerdo la impresión de papá el primer día que fuiste tú el que apretaba el ritmo esquiando, o en bicicleta.

Recuerdo la primera pista que bajaste como si nada, pero con todo. Eras pequeñito para considerarte un hombre, o eso pensé. Pensé que era pronto.

Recuerdo las lágrimas de mamá en tu último día de colegio. Pero no le dimos importancia, la euforia, la fiesta. Sólo mamá sabía lo que pasaba, lo que estaba pasando y quedaría atrás.

Recuerdo las noches de inquietud que tuve cuando te incorporaste en la universidad, en esa carrera tan difícil que sólo tú podías convertir en fácil. Como aquella pista, la que me pareció que volaba un niño.

Recuerdo verte salir de fiesta y disfrutar con tus amigos, y pensar que te veía más joven que cuando nosotras lo hacíamos. No podía ser… Era demasiado pronto.

Recuerdo tu madurez en aquellas entrevistas para incorporarte en este proyecto, uno de tus grandes proyectos. La impresión de verte serio, interesado en algo importante para ti. Tu alegría al conseguirlo. Nuestra alegría con nuestro chico, que no niño… pero tampoco hombre todavía.

Recuerdo tu responsabilidad para con tu equipo, tus días de trabajo, tus noches en vela. Tus viajes con amigos, tus escapadas, ya al volante. Tu cochecito, y luego tu coche. Y todos tus “tu”, que se iban haciendo adultos, menos tú, que eras nuestro niño, nuestro pequeño David. Aún pequeño, porque para no serlo, parecía pronto.

Y ahora, que recuerdo todo esto y más, me siento una estúpida por no recordar en qué momento te has hecho un hombre.

Ahora ya no están esos rizos rubios, esos mofletes que nos perseguían para jugar, ese niño pequeñito al que había que llevar en coche, ese aprendiz de esquiador, ese uniforme en miniatura, esos amiguitos con cara ingenua, ese perseguidor de Rayo McQueen, ese hermanito al que había que proteger.

En su lugar hay un hombre, de mirada madura e ideas arraigadas. De valores claros, decisiones firmes y ambición constante. Un Hermano, uno con mayúsculas, un cuñado, un tío. Con sueños tangibles que perseguir, y energía sobrante para perseguirlos. Con tu autonomía, con tus amigos, tu libertad y tu vida.

Ahora ya no es pronto para empezar a considerarte un hombre. Ahora es, de hecho, demasiado tarde. Porque no recuerdo en qué punto exacto ha ocurrido, ni por qué tengo la impresión de que ha sido tan rápido, ni en qué momento te comencé a admirar. Ni si pestañeé un segundo y ocurrió, ni cuantísimo te echaré de menos ahora que te vas a seguir – y a conseguir - tus sueños. Esos sueños de hombre, que un día, un niño soñó.

2 comentarios:

  1. Así es la vida. Así nos ha pasado a todos y así le pasará a él. Felicidades. Me ha encantado!

    ResponderEliminar
  2. Me ha encantado, Belén! Tengo la sensación de haber vivido también este momento con mis hermanos…tenemos mucha suerte!
    Un besazo!

    ResponderEliminar