La noche era fría, oscura, nada
apetecible. Decidí hacer entrar al poco ganado que nos quedaba; a veces lo metía en la sala adjunta, y así no se helaba el ambiente. El buey se había hecho
adulto y no cupo. La mula estaba ya vieja, la dejé fuera también, en el establo.
Empezaron a llegar huéspedes;
hicimos pleno aquella noche.
Tres comerciantes pidieron sitio,
andaban ocupados contando y mostrando sus ganancias. Me percaté de su soberbia,
pero sí, les dejé entrar. Al fin y al cabo… Sus monedas, no las podía rechazar.
Otros tres viajeros llamaron a mi
puerta, ansiaban la cena. Y comieron, y comieron, y mira que yo soy de buen
comer. Pero esos tres hombres superaron un límite que me costó mucho de
abastecer. Y de gula en mi interior les acusaba… Pero mi bolsillo, su dinero,
lo necesitaba.
Y vino el médico, con su mujer.
No vivían lejos, pero era tarde y por pereza, me pidieron sitio para pasar la
noche. Les di habitación y quedaron contentos, pero mi sorpresa era tal, que
gritaba desde dentro. ¿Quién gastaría tres monedas viviendo tan cerca? Callé
porque, aun sin comprenderlo, me venían perfectas.
Llegaron también un hombre y una
mujer, y rápido supe que su relación no era de mi menester. Pero era evidente
que ella no era del hombre, ni él de la mujer. Y aunque siempre critiqué la
lujuria, cedí. Ni criterios ni juicios dan dinero para vivir.
Tras ellos venía mi competidor,
Ahamías. Tenía también su posada, pero la quería comparar con la mía. Siempre
me envidió, y más desde que casé con Marta. Y de ningún modo pude quitármelo de
encima, así que le cobré el doble y le di la habitación más bonita.
Por último, las hermanas.
Enfadadas, seguro que habían discutido; su ira parecía ahogar el frío.
Encendidas, casi exigieron habitación. Lanzaron sus monedas y las cogí sin
dilación.
Fue más tarde que un buen hombre
llamó, ¿pero qué podía saber yo? Y vi a esa pobre chica, parturienta como
estaba. Pero yo ya tenía llena mi posada. Con avaricia la llené, al tope hasta
colmar, de soberbia, gula y pereza. De lujuria, envidia e ira. Y ella, con
humildad y templanza, siempre diligente y pura. La madre caritativa y paciente…
Se fue a tener al que salvó a todas las gentes. No fue mi culpa, no. Pero Dios en mi establo nació.
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