martes, 25 de marzo de 2014

¿Cartesiana?


Hoy voy a escribir sobre una inquietud que tengo desde que empecé a estudiar álgebra. Lo más probable es que penséis que acabé comiéndome los apuntes en lugar de estudiarlos, pero si se considera con calma, mi pregunta puede llegar a tener sentido.

Y si… ¿Y si la realidad no es cartesiana? Antes que nada, mejor introduzco el marco de la asignatura o nos podemos perder. Una base ortogonal es aquella formada por tres vectores de referencia que son perpendiculares entre sí. La típica que nos ponían en la pizarra en las clases de mates, vamos. El asunto es aún más bonito si dichos vectores tienen módulo 1, es decir, las flechitas de la pizarra son bonitas, iguales y miden 1. Esto es una base ortonormal, y significa que la realidad con la que trabajamos es cartesiana. Toda una preciosidad.

No pretendo quedar bien cuando afirmo que es una base bella, evoca al orden. Uno podría incluso sentarse a escribir poesía sobre ella, hay que extraer el arte de las cosas. Todo merece una oportunidad artística, pienso yo.

Hemos fabricado y ordenado nuestro entorno de acuerdo a esos vectores de mates. Los edificios, las carreteras, los libros. Nuestra cabeza se rige inconscientemente por ellos. Lo queramos o no, si imaginamos un espacio en nuestra mente, está en base ortonormal. Luego, podemos diseñar formas complejas y curvas de todo tipo, pero el fondo son esas tres flechitas iguales de la clase de álgebra. Y por supuesto que mientras todo funcione, no hay problema. Y funciona, no lo pongo en duda. Los coches arrancan y los edificios aguantan, todo sigue siendo una preciosidad.

Mi pregunta es: ¿y si esta ortonormalidad sólo se cumple “aquí dentro”? ¿Y si desde fuera de esta galaxia, o de este conjunto de galaxias, nuestra zona espacial se ve plegada? ¿O unas distrancias difieren en proporción de las otras? Entonces, me acabo de cargar nuestra ortonormalidad en un párrafo, pero no deja de ser una opción. Y desde esa primera clase de álgebra, esta opción me inquieta. Porque podría ser cierta. Porque claro está que todo funciona, pero eso significaría que la referencia que hemos estado tomando como absoluta, sólo es relativa. ¿Cuál sería, entonces, la base absoluta? ¿Existiría una realidad cartesiana “ahí fuera”? Sé que si supiéramos la respuesta, nada cambiaría para nosotros, que sólo se trata de una opción. El tiempo pasaría igual y nuestra manera de vivir sería la misma. Pero yo, al menos, dormiría más tranquila.

martes, 11 de marzo de 2014

Tiempo


Me ronda por la cabeza un tema que a todo el mundo preocupa. A veces agobio, a veces bendición. Qué regalo… Y en ocasiones, qué traición.

El tiempo, perfecta definición de igualdad. Nadie está a su resguardo, no hay paraguas que valgan. Ni oro, ni inteligencia, ni poder, ni experiencia. Nada sirve para combatirle, quien pretenda encararle va desarmado, es inútil.

La percepción que tenemos del paso del tiempo, ¡ay amigos! Eso sí es subjetivo. Es lo menos fiable, es de todo menos constante. Tan frustrante como intentar coger el humo de esas fogatas de verano en los Pirineos, intenté guardar un poco en un vaso. Ni trayendo una caja para llenarla, nunca habría conseguido quedarme con el humo. Se me escapaba de las manos, volaba. Puedo hacer una foto, quedarme con ese diferencial de tiempo. Pero sólo será una copia, un mísero plagio en tercera persona.

Parece que no me quiera, nunca me hace caso. Si quiero que pase rápido, se para. Peor que las mujeres con los escaparates, mucho peor, parece que nunca acabe. Es cruel, se ralentiza cada vez más. Y quiero que suene ya el silbato, porque las defensas están cansadas, veo venir que me van a meter gol. Y el corazón se acelera y cada segundo pasa más lento, no lo soporto, hace que le odie.

Si le pido, en cambio, que baje el ritmo, me ignora. Me rebasa y no me espera, me pongo furiosa. Y quiero que este domingo sea eterno, que las cervezas nunca se acaben. La música en replay y nosotros jugando. Y la barbacoa y las risas, gafas de sol y paseo por el campo. Lo teníamos todo… menos el tiempo de nuestra parte. Y volvíamos felices, cantando. Pero volvíamos, y lo había hecho de nuevo. No nos había hecho caso.

El tiempo… Traidor compañero. Pero compañero a fin de cuentas, pues siempre está ahí. Siempre me acompaña, debería aprender a confiar en él. Sin él, Beethoven no nos habría podido deleitar con su Quinta Sinfonía. Los momentos, literalmente, no existirían, ninguno de ellos. Ni la fogata, ni el partido, ni las risas del domingo. El tiempo… Qué regalo. Cuánto le odio… Y cuánto le amo.

martes, 4 de marzo de 2014

Enamorarse es de ricos


Vamos con el tema estrella, aquél del que tantos hablan. Lecciones, opiniones, infravaloraciones. Pero con un enfoque diferente esta vez, porque en realidad, enamorarse es de ricos.


Hay que tener mucho valor para enamorarse, suficiente para poder dar y vender. Tenías tu vida, con sus parcelitas y sus normas. Con su orden intacto y sus prioridades. Tenías el peso de tu felicidad repartido a la perfección entre tus propios pilares, aquellos que en gran medida dependían de ti. Eso que llaman “bajo control”, sí, yo creo que lo tenías. Y apareció ella de la nada y con una sola frase, un gesto, ahora podía hundirlo todo o elevarlo al cielo. Hay que ser muy rico en coraje para compartir las riendas, amigo. Tuviste que ser millonario.

Hay que tener mucha confianza para enamorarse, uno debe quedarse hasta ciego. Le diste el poder para destruirte, sabiendo que no lo haría. Confiando. Y cada día sus ojos te recordaban que hacías bien, pero compañero, somos ingenieros. ¿Dónde está la prueba, el principio? ¿Dónde está la demostración empírica que arranca las dudas desde su raíz, que las destruye? Ella las arrancó, y eso gracias a tu infinita cuenta de confianza. Porque eras rico, muy, muy rico. Millonario.

Hay que tener tiempo, paciencia para enamorarse. Hay que evitar las prisas de éste, nuestro siglo. Las mariposas vuelan suave, precioso. Su aleteo es potente, alguien me dijo que podía causar tsunamis. Pero hay que darles tiempo para que lleguen, a tu estómago y al suyo. Hay que mimar el trato, cortejarla. Te dijeron que nunca serías capaz de conquistarla, que era imposible. Y a base de esfuerzo les enseñaste que no tenían razón, construiste poco a poco ese pilar nuevo. Porque fuiste tan rico… Millonario. Y ella lo supo y lo sabe aún.


Enamorarse… ¿Quién se atreviera? ¿Quién fuera tan valiente, confiado, inocente, entregado? Sereno y paciente, ¿quién? No es fácil, no hay tantos. Porque, en realidad, lo de enamorarse no es para cualquiera. Enamorarse… Es de ricos.