sábado, 21 de marzo de 2020

Por qué maté a Mufasa

  
No sé si habréis leído “Cartas del Diablo a su sobrino” (C. S. Lewis), a mí me pareció sublime. Hace tiempo que quería escribir algo desde la referencia opuesta a la que estamos acostumbrados. Debo reconocer que he tardado mucho en hacerlo porque creo que es difícil oponerse a la naturaleza que tenemos de verlo todo con los mejores ojos posibles. Algún crítico me ha dicho que esta carta es demasiado dura… Quizás como aquel que la escribió.

 
“No entiendo esa obsesión por justificar al adversario. Siempre tras ese sentimiento de perdón, de “buenizar” al antagonista. Todo relato desde su punto de vista resulta débil y pasteloso, grandes han caído tras ese falso telón de autoengaño que pretende redimirnos. Maquillaron hasta a Maléfica, y eso amigos, es mucho decir.
 
Siento ser yo quien os lo comunique, pero no, Maléfica no albergaba amor entre sus motivos. Y yo tampoco. No os gusta oírlo porque vuestro cerebro está construido sobre una malla de bondad, esa es vuestra referencia base. Todo lo que salga de ella es una anomalía, un defecto. Por eso no sois capaces de comprendernos.
 
Yo maté a Mufasa. Y odié a su hijo y a su esposa y a sus súbditos, y no me arrepiento. Podría sucumbir -y de hecho, eso hice- y perderlo todo y aun así no dejaría de sentir lo que siento. Porque yo maté a Mufasa por un conjunto de motivos y ninguno de ellos os va a resultar comprensible ni “buenizable”.
Maté a Mufasa por envidia, la más grande y evidente de mis razones. Es obvio que, siendo el hermano mayor, él llevaba la delantera. Pero ello no evitó mi envidia, al margen de las circunstancias. Además, yo era más débil en cuerpo, pero más fuerte en carácter. Yo hice algo que él jamás habría sido capaz de hacer. Y eso sigue alimentando mi ira.
Por ira maté a Mufasa, por pura descarga. Por un sinfín de terminaciones nerviosas encendidas al rojo vivo que desean el mal, siempre y sobre todas las cosas. Por una potencia inexplicable que emanaba de mi oscuro corazón y de mi sibilina cabeza. Y esa ira focalizada se convirtió en mi poder.
Por poder maté a Mufasa, por el más absoluto. No por su reino ni su corona, sino por el mero hecho de saber que era capaz de hacerlo y demostrarlo. A él y a mí, al mundo. A todos vosotros, los que me querréis redimir tras mis motivos y los que me odiaréis por ellos.
Por odio maté a Mufasa, por esa pequeña porción de infierno que vivía dentro de mí. Por la simple necesidad de que dejara de existir, de atormentarme. Me destruía con su felicidad, su vida estaba impregnada de ella. Me asqueaba su concepto de familia, de sabiduría. Esos cimientos que creí derruir, los mismos que me llevaron a una vida ácida, deseosa de quemar.
Quemé todo lo que veía en él… Pero no todo en él era evidente. Creí lograr su perdición y eso me condenó a la mía. Esos pilares, esa familia… Sigo convencido de que son débiles, que por puro azar persistieron. ¿Pero ahora qué más da? Me es indiferente lo que ocurriera. Porque yo maté a Mufasa, no es mi culpa que una parte de él subsistiera.”