miércoles, 27 de diciembre de 2017

La carta


Estaba helado, sólo quería meterme en la cama y dormirme cuanto antes. Lo tenía todo hecho, el turrón y las tres tazas; el salón perfecto para que vinieran.

Exhausto, sólo hizo falta rozar la almohada. Esta vez ni siquiera intenté esperarles despierto, total, en cuarenta años no lo había conseguido.

Cuando abrí los ojos, tenía un escenario algo curioso ante mí. Una carta yacía en una mesa, no me pude contener, las dudas me inundaban. Decía así.

Queridos Reyes Magos, sé que son comprensivos. No he sido muy bueno, tampoco altruista, pero al menos me he molestado en enviarles mi lista. Deseo muchas cosas, ustedes me conocen bien. Pero su buena fama les precede, ¿por qué no me las iban a conceder?

Me cuesta un poco la generosidad, ya saben que aquí abajo eso es difícil de enmendar. Les pido oro, oro puro en lingotes. Entre sus riquezas, algún rincón encontrarán que les sobre. A Él se lo trajeron, ¿por qué no a mí? ¿Acaso no necesito yo también vivir? Intentaré compartirlo, lo prometo. Y si no lo consiguiere, lo gastaría todo entero. No se preocupen, no me va a sobrar. Prometo fielmente que lo voy a aprovechar.

Y si ustedes supieran, yo no paso hambre. Pero querría comer y comer, y seguir comiendo sin saciarme. Y si a mi lado encontrara algún famélico, no sufran Majestades. Compartiría con él los restos, siempre que me sobraren. Pueden ver que soy considerado, comparto cuando puedo. Y si no puedo lo intento, eso a ustedes siempre les hizo ilusión.

Señores, mi trabajo aquí es duro. Todo el día apago fuego, me frustra ver cómo prende de nuevo. Es una obsesión, un suplicio. Casi no hay tiempo para dedicarme a ningún vicio. Si pudieran resolver mis tareas, les estaría eternamente agradecido. Podría incluso ser bueno, y al noble descanso prestarle mi servicio. No es pereza, es practicidad. Les aseguro que este regalo supondría mi felicidad.

Ustedes saben lo que me divierte, conocen mis entrañas, saben de mi suerte. De mil compañías distintas querría disponer, aunque seguro que para ustedes este deseo no es de buen ver. Lo dejo en sus manos, pero entiendan mi situación. No son ustedes quienes deben hacerme entrar en razón.

Y si por un momento su generosidad les embriagara, hay un regalo que me haría feliz eternamente. Hay un resquicio de Paz en la vida de la gente, un sosiego que siempre recupera sus mentes. Este trasfondo me anula, me impide y me desespera. Querría que la ira empapara sus cabezas. Sólo durante un día, aunque fueran unas horas. Desearía ver la ira impregnando todas las cosas. Tal diversión sería incontenible; el disfrute máximo, un espectáculo sublime.

Y si una última cosa me pudieran conceder, mi agradecimiento sería infinito. Con la humanidad se hizo algo inaudito. Se llevaron los mejores regalos, un trato ventajoso y un mimo bochornoso. ¿Cómo puede tolerarse? Quiero que sus privilegios se acaben. No puedo soportarlo, me puede. No quiero ni oírles ni verles. ¡Habrase visto! Desespero. Sin fuego ni infierno, siempre en el punto perfecto. Siempre tan maravillosos, es detestable. Cómo desearía que con ellos no fueran afables. A nosotros los demonios no se nos dio tal opción; seguro que sin ser malos, se nos condenó sin razón. No deseo una mejora para mí, pido un castigo para ellos. Que sepan lo que es sufrir, que conozcan que no todo es bueno. Ése es mi deseo, pues. Que no goce de su gracia ningún humano; que por un año, todos se queden sin regalos.

Hasta aquí mi lista de deseos. Gracias por leerla, de verdad estoy complacido. Larga vida al fuego, feliz Navidad desde mi Reino.

Increíble, acabé de leer asustado. Esa carta me había dejado congelado. ¿Cómo se podía ser tan avaricioso? ¿Cómo podía alguien haber dejado que la gula y la pereza dominaran su ser? Y por si fuera poco, la lujuria y la ira también había brillado. Para colmo, una envidia insaciable, yo jamás podría caer tan bajo. Estaba claro que no había arreglo para aquel espécimen.

Empecé a pensar en mis virtudes por encima de aquel ser, y de pronto la situación empezó a torcerse. La sala se inundaba de carbón, desconozco de dónde salía. Por suerte algo me despertó y acabó mi pesadilla. Carbón era lo único que podrían traerle, abrí los ojos y me quedé pensativo. Era más que obvio, carbón era lo máximo a lo que podía aspirar.

De pronto, recordé qué día era. Me levanté rápido y corrí hacia el salón. Estaba todo, absolutamente todo lo que había pedido. Siempre, siempre perfecto.

Entre los regalos, vi algo que no esperaba. Juraría que la curiosidad empapó mi cara. Lo cogí, se me mancharon las manos. Era la primera vez que veía un carbón tan extraño. Era más negro que el de la barbacoa, debajo habían dejado una nota. 

Sólo para que recuerdes que nadie es perfecto, pues esta noche te hemos visto algo soberbio. Vemos cada pensamiento, aunque sea pequeño; deberías saber que a Oriente llegan incluso los sueños.” 





lunes, 23 de enero de 2017

Rodilla, para qué te quiero

Esta es una carta que alguien podría estar escribiéndole a su única rodilla. No soy yo, ni es alguien cualquiera, pero me he tomado la libertad de meterme en su cabeza por unos instantes, mientras la escribo. Espero que no te importe.

 “Querida rodilla:

Gracias, y perdón. Te trato con toda la delicadeza de la que dispongo, pero no puedo quitarte el trabajo que te corresponde… Te prometo que lo intento aligerar. Esta noche descansaré mis horas, o al menos lo intentaré.

No me dejes solo, rodilla. Sabes que te necesito para acabar esta pista. No puedo controlar este esquí sin ti, sé que la pendiente es pronunciada. Hay bams y eso te duele, pero hemos pasado por situaciones peores, ¿las recuerdas? Te prometo un caldo caliente al final de la bajada, pero tú no pares, no te rindas. Yo le digo al cuádriceps que te ayude, tú sigue gestionando las curvas, lo haces muy bien, querida rodilla.

Siento la soledad, siento que tu gemela te dejara sola hace treinta y siete años. Siento que hayas tenido que enfrentarte a todo esto sola, pero ¿qué te voy a contar? También eso nos ha convertido en mejores amigos. Tú, yo y un puñado de músculos. Juntos en Colorado, en Nagano. Juntos en aquellos descensos, en los súper gigantes y los slaloms, qué jóvenes éramos… Dinamita.

Hemos sido un gran equipo, hemos hecho grandes cosas. Los mundiales con el equipo español, aquél esquí largo que dominaste a tu gusto. Los Pirineos con la familia, la princesa y los críos, la felicidad. Juventud, divino tesoro. En aquél entonces nada nos pesaba. Semanas de entrenamiento, bicicleta y trabajo con tu compañera de titanio. Cuánto te agradezco que hayas aprendido a amarla… como si fuera tu hermana, la que perdimos aquel verano.

Y juntos renunciamos a la vela, al mar abierto. A correr y al tenis. Pero al esquí no, eso no podía quedar atrás, era un precio demasiado alto y no se lo íbamos a pagar a la vida. Y la bicicleta tampoco, hay cosas que no se pueden evitar. Hay amores que nunca mueren.

He abusado de tu fortaleza, lo sé. He intentado gestionar tus fuerzas lo mejor que he podido, lo mejor que he sabido. Sé que te subí a Lillehammer, y me defendiste a capa y espada, y vencimos. Sé que te metí en la Titan, y en medio del desierto también diste la talla, y volvimos a vencer. Y con cada subida en bici desafiábamos a la gravedad, y con cada bajada esquiando la disfrutábamos. Porque a ti también te han gustado las aventuras, no puedes mentirme. Sonríes cuando vienen curvas, aunque sientas los años que se cobran la comodidad,  la frescura. Ahora ya necesitamos el viscoelástico, no es sólo una preferencia. Pero tú sabes que por dentro siempre seremos aquellos jovenzuelos que aprendían a andar… de nuevo.

Suerte que tuvimos al encontrar sustitutas de metal, a saber qué habríamos hecho solos tú y yo. Las muletas se habrían cargado nuestros hombros. Pero el cuerpo está hecho para andar sobre dos piernas -de las de verdad-, y eso también nos ha pasado factura a ti, a mí y a nuestra querida espalda. Aun así, no se lo permitiremos, el tiempo no tiene permiso para hacer lo que quiera, nunca se lo hemos dado. Y seguiremos.

Seguiremos esquiando a nuestras anchas, o con el ancho que nos dé el cansancio. Tomaremos caldito caliente y pararemos con frecuencia, todo por un buen día en las pistas. Con pesar nos tuvimos que despedir de la bicicleta, pero nadar también nos ha gustado. Seguiremos en ello, pues. La adaptación siempre se nos dio bien.

Y aunque llegue el temporal, y aunque nos hagamos mayores. Aunque cada vez cueste más, seguiremos ganando. Porque eso es lo que hemos hecho, formar equipo y ganar. Y volveremos a los Alpes, y los conquistaremos. Y renovaremos esquí, stabilos, anorak o casco, pero nosotros seguiremos siendo los mismos. Porque ¿qué haría yo sin ti, rodilla mía? Y ¿qué habrías hecho tú sin mí? Y por eso te pido que aguantes un poco más, mantente firme. Que la bajada ya acaba, que sólo quedan un par de curvas. Seguiremos venciendo a las circunstancias, porque de eso sí sabemos. Es lo que somos, es lo que hacemos.”