El camino que lleva a
Belén… Baja hasta el valle que la nieve cubrió. Qué frío, qué frío tan tremendo
y húmedo y yo no tenía calzado apropiado. Papá me lo ofreció, pero pensé que mi
hermanito lo necesitaría más; por un momentito me arrepentí, qué cosas. Cómo
deben sentirse unos zapatos calentitos, forraditos de piel de oveja. Pero las
ovejas son para el negocio familiar, nada de consumo propio. Así que sin apenas
pensarlo me fui camino a Belén por la nieve, con lo puesto. Qué noche tan
cortante, desagradable. A medio camino mis pies ya estaban empapados, pero me
daba igual. No había un minuto que perder.
Dice la canción que los
pastorcillos le llevaban regalos en su humilde zurrón. Pero humilde es un
término relativo… Yo no tengo ni zurrón. Sólo tengo mi tambor, mi tesoro. Y en
realidad ni siquiera es mío, es del tío Paco. Yo creo que el tío me ve
practicar tan feliz, tan concentrado, que nunca me lo pide de vuelta.
Yo quisiera poner a tus
pies… Algún presente que te agrade, Señor. Pero qué pobre soy, qué hambre paso
yo también. Y qué daría por haber tenido comida hoy, si la hubiera tenido, te
la habría traído. Pero no tengo presentes, ni zapatos. No tengo zurrón ni
comida, sólo tengo mi noble tambor.
Y llegando al portal lo
oí, el tumulto, la sorpresa. Parece ser que incluso había tres grandes Reyes de
camino, un espectáculo. Todos los pastores de los alrededores habían acudido,
todos ofrecían algo al niño Jesús. Y yo no tenía nada para Ti, no tenía
bolsillos ni su contenido, sólo traje mi pequeño tambor.
Así que, en tu honor,
frente al portal lo toqué. Y me esmeré, toqué todo mi repertorio. Y mis manitas
se helaron, y mis pies ya ni los notaba. Mi torso se mantenía caliente por el
esfuerzo, erguido, como me enseñó mamá. Y tu Mamá, qué guapa era. También para
ella toqué, para sus ojos de azúcar y bondad. Y para el señor elegante que te
protegía, e incluso para el buey y la mula, y para los demás pastores. Toqué hasta
pasada la medianoche, hasta que la nieve me cubrió las rodillas y papá me vino
a buscar. Y fui feliz porque te lo regalé todo. Todo lo que tenía, mi único
lujo, mi música.
Y quizás haya quien
piense que estoy loco, que soy un exagerado. Que no debí dejar que mis manitas
se helaran, que mis rodillas chirriaran, todo por que mi tambor resonara. Pero
no sabéis, la vida bien me lo compensó. Porque cuando Dios me vio tocando ante
Él… Me sonrió.
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