sábado, 11 de diciembre de 2021

El tamborilero

Estos días estoy pensando mucho en aquel jovencito, el que tocaba el tambor. Alguien compuso una canción sobre él, la verdad es que es uno de mis villancicos favoritos. Y creo que con mucha razón, porque sin darnos cuenta, en la vida nos vamos encontrando tamborileros. Nos ayudan, nos ofrecen lo que tienen -todo ello- y a veces ni reparamos en ellos.

El camino que lleva a Belén… Baja hasta el valle que la nieve cubrió. Qué frío, qué frío tan tremendo y húmedo y yo no tenía calzado apropiado. Papá me lo ofreció, pero pensé que mi hermanito lo necesitaría más; por un momentito me arrepentí, qué cosas. Cómo deben sentirse unos zapatos calentitos, forraditos de piel de oveja. Pero las ovejas son para el negocio familiar, nada de consumo propio. Así que sin apenas pensarlo me fui camino a Belén por la nieve, con lo puesto. Qué noche tan cortante, desagradable. A medio camino mis pies ya estaban empapados, pero me daba igual. No había un minuto que perder.

Dice la canción que los pastorcillos le llevaban regalos en su humilde zurrón. Pero humilde es un término relativo… Yo no tengo ni zurrón. Sólo tengo mi tambor, mi tesoro. Y en realidad ni siquiera es mío, es del tío Paco. Yo creo que el tío me ve practicar tan feliz, tan concentrado, que nunca me lo pide de vuelta.

Yo quisiera poner a tus pies… Algún presente que te agrade, Señor. Pero qué pobre soy, qué hambre paso yo también. Y qué daría por haber tenido comida hoy, si la hubiera tenido, te la habría traído. Pero no tengo presentes, ni zapatos. No tengo zurrón ni comida, sólo tengo mi noble tambor.

Y llegando al portal lo oí, el tumulto, la sorpresa. Parece ser que incluso había tres grandes Reyes de camino, un espectáculo. Todos los pastores de los alrededores habían acudido, todos ofrecían algo al niño Jesús. Y yo no tenía nada para Ti, no tenía bolsillos ni su contenido, sólo traje mi pequeño tambor.

Así que, en tu honor, frente al portal lo toqué. Y me esmeré, toqué todo mi repertorio. Y mis manitas se helaron, y mis pies ya ni los notaba. Mi torso se mantenía caliente por el esfuerzo, erguido, como me enseñó mamá. Y tu Mamá, qué guapa era. También para ella toqué, para sus ojos de azúcar y bondad. Y para el señor elegante que te protegía, e incluso para el buey y la mula, y para los demás pastores. Toqué hasta pasada la medianoche, hasta que la nieve me cubrió las rodillas y papá me vino a buscar. Y fui feliz porque te lo regalé todo. Todo lo que tenía, mi único lujo, mi música.

Y quizás haya quien piense que estoy loco, que soy un exagerado. Que no debí dejar que mis manitas se helaran, que mis rodillas chirriaran, todo por que mi tambor resonara. Pero no sabéis, la vida bien me lo compensó. Porque cuando Dios me vio tocando ante Él… Me sonrió. 


 © wallpapersafari.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario