domingo, 30 de diciembre de 2018

17.13h

Podrías pensar que es la peor sensación del día… O la mejor.

Se os ha hecho tarde comiendo, entre las birras en el Pla de Beret y el postre, a las cuatro y poco salíais de allí.

A y media te das cuenta de que tu amiga está cansada y has infravalorado la pista que os queda; empiezas a sufrir, pero sólo un poquito. Tú vas bien, pero ella necesita su tiempo. “Llegaremos” te repites una y otra vez, pero no avanzáis y ya son y 40.

Llegas al cambio de rasante y lo ves, el telesilla Jorge Jordana que os llevará hacia casa. En teoría cierra a menos cuarto. A esa hora exacta oyes que avisan “¡Cinco minutos!”, miras a tu amiga y os entendéis “Corre, baja tú y haz que me esperen”. En dos curvas llegas abajo y se lo dices a la encargada. Sus ojos cansados no te dan respuesta, en su lugar grita “¡Un minuto!”. Entendido. Empiezas a gesticularle a tu amiga, “¡Corre, corre!” A malas una silla que hay más abajo podría llevaros también… Si llegáis.

Finalmente tu amiga llega casi con el corazón fuera. Entra y cierran la valla, eso sí es apurar. Cogéis la silla ya solas, tu amiga aún resopla. Os llevará hacia arriba y sólo os quedará bajar hacia el huevo, el telecabina de vuelta al parking. “¿Llegaremos, Gloria?”, “Sí, mujer, seguro que el huevo lo cierran tarde. Tú descansa.” Miras el reloj de reojo, las 16.55 y llegando arriba. Quieres creer tus palabras, pero sinceramente también quieres creer que tu amiga pondrá el turbo.

Bajáis de la silla y arrancáis, la pista aguarda. Vacía, sola para vosotras. Y ahí te invade… La peor sensación del día, y la mejor. Es una sensación nueva, una perfecta mezcla de paz interior y pánico. Parecido al mar abierto, en calma, para ti. El sol se está poniendo y al bajar vosotras ya se ha parado el telesilla. Excepto la nieve que sale de los cañones -ya encendidos- no se mueve ni un átomo. La pista Reina, ya sombría, es lo único que os separa del telecabina. Se ve, abajo. Se te hace raro ver las pistas con esa luz, hay visibilidad pero ya oscurece, y el silencio te cala cada hueso. Podrías parar a reflexionar o echar a correr, y lo peor es que no logras descubrir qué sensación se podría apoderar antes de ti. Es tan interesante que incluso te podrías parar a escribir sobre ello.

Vais bajando hasta que se oye lo peor. “¡Corred, que cerramos!” Os avisan los del huevo. La mitad de paz que habitaba tu cabeza le cede el espacio a esa sensación de urgencia, el huevo es la única opción. No hay mucha nieve y la pista de vuelta a casa no es esquiable, vamos, que es apta para que pasten las vacas.

Tu amiga hace lo que puede y repetís estrategia, de un sprint llegas abajo pero no esperas obrar milagros. El encargado te avisa de nuevo; los empleados de la estación están cogiendo las últimas cabinas con las bolsas de basura.

Le haces señas a tu amiga y te responde, piensa que la saludas. “¡Que no, que no, que cierran!” Y no sabes cómo, pero ella también hace un último esfuerzo y llega, finalmente llega.

17.13h y entráis en el último huevo; el encargado ríe. Y vosotras con él, porque ha sido la peor sensación del día… Pero también ha sido la mejor.






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