martes, 14 de mayo de 2019

El Edificio Planeta


Preside la plaza de Maria Cristina un edificio bastante singular. En la entrada de Barcelona, al principio de la Diagonal, se alza imponente el Edificio Planeta.

Cubierto de plantas, ha llamado mi atención desde que era pequeñita. Cada 30 de diciembre veníamos al Imax y a comprar turrón, y al entrar en la ciudad allí estaba. Ancho, aparentemente descuidado. Pero un descuido leve, ordenado; como si alguien se encargara de mantener la vegetación sin ánimo de llamar mucho la atención.

La mayor parte es hiedra, de vez en cuando asoma alguna flor. Siempre había tenido la curiosidad de cómo sería por dentro, de modo que el martes pasado, volviendo de una comida, decidí descubrirlo.

Me costó encontrar la entrada, finalmente hallé una puerta abandonada. Podría decirse que estaba escondida, aunque qué se yo, tampoco todos los grandes edificios poseen enormes portales. Debo admitir que tuve que forcejear un poco; después de un par de empujones, cedió.

Tras el chirrido vino el silencio. El de la estancia y el mío. Sorprendida, me quedé sin habla. Aunque dentro de mí, algo susurró que era tal y como lo imaginaba.

Un habitáculo enorme, el ala central del edificio, estaba inundado de árboles que crecían hasta arriba. Nunca he sabido de botánica, pero habría jurado que aquello parecía el África profunda. Un ejército de lianas colgaba del techo, no miento cuando os digo que aquello parecía la selva.

De repente, sentí que alguien me observaba. Una gota de sudor recorrió mi frente, el miedo y aquella humedad infernal jugaban su papel.

Con sigilo, como si fuera un jaguar, se fue acercando a mí… Tarzán.

Al principio ambos nos quedamos callados, no sabría decir quién estaba más sorprendido. “¿Cómo has llegado aquí?” Preguntó. Le conté mi recorrido, la curiosidad y las dudas, la Navidad y las idas a clase por la Diagonal. Él también me contó su parte, su venida hacia Europa. No dudó en seguir a Jane, pero un cambio tan radical le pasaba factura. Con pesar estuvo a punto de abandonar esta parte del mundo, hasta que el padre de Jane encontró la solución. Pacífico, adinerado y sobre todo, embelesado con la felicidad de su hija, el cariñoso suegro adquirió el Edificio Planeta. Lo reformó y adaptó, y allí vivía la feliz pareja. Jane era ahora consultora y él mantenía su edificio, su trocito de África en Barcelona.

Cuando acabó el relato se me ocurrió mirar el reloj. Era mucho más tarde de lo que pensaba, y era probable que Tarzán no estuviera acostumbrado a las visitas largas. Así pues, encontré la puertecita de nuevo con su ayuda -aunque me confesó que no era la entrada habitual- y me fui a casa. Dos semanas después quise volver a ir, no había compartido con nadie mi aventura; comprendía la criticidad de su discreción. Busqué la puerta per no fui capaz de encontrarla… Supongo que son más precavidos de lo que imaginé.

No hay comentarios:

Publicar un comentario