Preside la plaza de Maria Cristina un
edificio bastante singular. En la entrada de Barcelona, al principio de la
Diagonal, se alza imponente el Edificio Planeta.
Cubierto de plantas, ha llamado
mi atención desde que era pequeñita. Cada 30 de diciembre veníamos al Imax y a
comprar turrón, y al entrar en la ciudad allí estaba. Ancho, aparentemente
descuidado. Pero un descuido leve, ordenado; como si alguien se encargara de
mantener la vegetación sin ánimo de llamar mucho la atención.
La mayor parte es hiedra, de vez
en cuando asoma alguna flor. Siempre había tenido la curiosidad de cómo sería
por dentro, de modo que el martes pasado, volviendo de una comida, decidí
descubrirlo.
Me costó encontrar la entrada,
finalmente hallé una puerta abandonada. Podría decirse que estaba escondida,
aunque qué se yo, tampoco todos los grandes edificios poseen enormes portales. Debo
admitir que tuve que forcejear un poco; después de un par de empujones, cedió.
Tras el chirrido vino el
silencio. El de la estancia y el mío. Sorprendida, me quedé sin habla. Aunque
dentro de mí, algo susurró que era tal y como lo imaginaba.
Un habitáculo enorme, el ala
central del edificio, estaba inundado de árboles que crecían hasta arriba. Nunca
he sabido de botánica, pero habría jurado que aquello parecía el África
profunda. Un ejército de lianas colgaba del techo, no miento cuando os digo que
aquello parecía la selva.
De repente, sentí que alguien me observaba.
Una gota de sudor recorrió mi frente, el miedo y aquella humedad infernal
jugaban su papel.
Con sigilo, como si fuera un
jaguar, se fue acercando a mí… Tarzán.
Al principio ambos nos quedamos
callados, no sabría decir quién estaba más sorprendido. “¿Cómo has llegado aquí?”
Preguntó. Le conté mi recorrido, la curiosidad y las dudas, la Navidad y las
idas a clase por la Diagonal. Él también me contó su parte, su venida hacia
Europa. No dudó en seguir a Jane, pero un cambio tan radical le pasaba factura.
Con pesar estuvo a punto de abandonar esta parte del mundo, hasta que el padre
de Jane encontró la solución. Pacífico, adinerado y sobre todo, embelesado con
la felicidad de su hija, el cariñoso suegro adquirió el Edificio Planeta. Lo
reformó y adaptó, y allí vivía la feliz pareja. Jane era ahora consultora y él
mantenía su edificio, su trocito de África en Barcelona.
Cuando acabó el relato se me
ocurrió mirar el reloj. Era mucho más tarde de lo que pensaba, y era probable
que Tarzán no estuviera acostumbrado a las visitas largas. Así pues, encontré
la puertecita de nuevo con su ayuda -aunque me confesó que no era la entrada
habitual- y me fui a casa. Dos semanas después quise volver a ir, no había compartido
con nadie mi aventura; comprendía la criticidad de su discreción. Busqué la
puerta per no fui capaz de encontrarla… Supongo que son más precavidos de lo
que imaginé.