Estaba helado, sólo quería meterme
en la cama y dormirme cuanto antes. Lo tenía todo hecho, el turrón y las tres
tazas; el salón perfecto para que vinieran.
Exhausto, sólo hizo falta rozar
la almohada. Esta vez ni siquiera intenté esperarles despierto, total, en
cuarenta años no lo había conseguido.
Cuando abrí los ojos, tenía un
escenario algo curioso ante mí. Una carta yacía en una mesa, no me pude
contener, las dudas me inundaban. Decía así.
“Queridos Reyes Magos, sé que son comprensivos. No he sido muy bueno,
tampoco altruista, pero al menos me he molestado en enviarles mi lista. Deseo
muchas cosas, ustedes me conocen bien. Pero su buena fama les precede, ¿por qué
no me las iban a conceder?
Me cuesta un poco la generosidad, ya saben que aquí abajo eso es difícil
de enmendar. Les pido oro, oro puro en lingotes. Entre sus riquezas, algún rincón
encontrarán que les sobre. A Él se lo trajeron, ¿por qué no a mí? ¿Acaso no necesito
yo también vivir? Intentaré compartirlo, lo prometo. Y si no lo consiguiere, lo
gastaría todo entero. No se preocupen, no me va a sobrar. Prometo fielmente que
lo voy a aprovechar.
Y si ustedes supieran, yo no paso hambre. Pero querría comer y comer, y
seguir comiendo sin saciarme. Y si a mi lado encontrara algún famélico, no sufran
Majestades. Compartiría con él los restos, siempre que me sobraren. Pueden ver
que soy considerado, comparto cuando puedo. Y si no puedo lo intento, eso a
ustedes siempre les hizo ilusión.
Señores, mi trabajo aquí es duro. Todo el día apago fuego, me frustra ver
cómo prende de nuevo. Es una obsesión, un suplicio. Casi no hay tiempo para
dedicarme a ningún vicio. Si pudieran resolver mis tareas, les estaría
eternamente agradecido. Podría incluso ser bueno, y al noble descanso prestarle
mi servicio. No es pereza, es practicidad. Les aseguro que este regalo
supondría mi felicidad.
Ustedes saben lo que me divierte, conocen mis entrañas, saben de mi
suerte. De mil compañías distintas querría disponer, aunque seguro que para
ustedes este deseo no es de buen ver. Lo dejo en sus manos, pero entiendan mi
situación. No son ustedes quienes deben hacerme entrar en razón.
Y si por un momento su generosidad les embriagara, hay un regalo que me
haría feliz eternamente. Hay un resquicio de Paz en la vida de la gente, un sosiego
que siempre recupera sus mentes. Este trasfondo me anula, me impide y me
desespera. Querría que la ira empapara sus cabezas. Sólo durante un día, aunque
fueran unas horas. Desearía ver la ira impregnando todas las cosas. Tal
diversión sería incontenible; el disfrute máximo, un espectáculo sublime.
Y si una última cosa me pudieran conceder, mi agradecimiento sería infinito.
Con la humanidad se hizo algo inaudito. Se llevaron los mejores regalos, un trato
ventajoso y un mimo bochornoso. ¿Cómo puede tolerarse? Quiero que sus
privilegios se acaben. No puedo soportarlo, me puede. No quiero ni oírles ni
verles. ¡Habrase visto! Desespero. Sin fuego ni infierno, siempre en el punto
perfecto. Siempre tan maravillosos, es detestable. Cómo desearía que con ellos
no fueran afables. A nosotros los demonios no se nos dio tal opción; seguro que
sin ser malos, se nos condenó sin razón. No deseo una mejora para mí, pido un
castigo para ellos. Que sepan lo que es sufrir, que conozcan que no todo es
bueno. Ése es mi deseo, pues. Que no goce de su gracia ningún humano; que por un
año, todos se queden sin regalos.
Hasta aquí mi lista de deseos. Gracias por leerla, de verdad estoy
complacido. Larga vida al fuego, feliz Navidad desde mi Reino.”
Increíble, acabé de leer
asustado. Esa carta me había dejado congelado. ¿Cómo se podía ser tan avaricioso?
¿Cómo podía alguien haber dejado que la gula y la pereza dominaran su ser? Y
por si fuera poco, la lujuria y la ira también había brillado. Para colmo, una
envidia insaciable, yo jamás podría caer tan bajo. Estaba claro que no había
arreglo para aquel espécimen.
Empecé a pensar en mis virtudes
por encima de aquel ser, y de pronto la situación empezó a torcerse. La sala se
inundaba de carbón, desconozco de dónde salía. Por suerte algo me despertó y acabó
mi pesadilla. Carbón era lo único que podrían traerle, abrí los ojos y me quedé
pensativo. Era más que obvio, carbón era lo máximo a lo que podía aspirar.
De pronto, recordé qué día era.
Me levanté rápido y corrí hacia el salón. Estaba todo, absolutamente todo
lo que había pedido. Siempre, siempre perfecto.
Entre los regalos, vi algo que no
esperaba. Juraría que la curiosidad empapó mi cara. Lo cogí, se me mancharon las
manos. Era la primera vez que veía un carbón tan extraño. Era más negro que el de
la barbacoa, debajo habían dejado una nota.
“Sólo para que
recuerdes que nadie es perfecto, pues esta noche te hemos visto algo soberbio.
Vemos cada pensamiento, aunque sea pequeño; deberías saber que a Oriente llegan
incluso los sueños.”
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