Hoy os voy a compartir algo con
lo que especulo a veces respecto a las personas a las que voy conociendo. No os
mentiré; es bastante curioso. Pero es divertido al mismo tiempo. Me gusta
pensar en cómo sería la persona que pudiera leer la mente de los demás.
Cuando tengo delante a alguien
que, por algún motivo, me llama la atención, le aplico mi hipótesis e intento
contrastarla. Voy a poner varios ejemplos de mis casos más significativos.
La primera persona con la que
tuve esta idea fue alguien célebre, un famoso actor. Pensé en cómo habría
podido utilizar su don para llegar a ser conocido y –no lo neguemos-
inmensamente rico. Poseer todo aquello que alguien exclusivamente terrenal
desearía. Acabé descartando mi hipótesis porque, si alguien tuviera la capacidad
de leer los pensamientos, no sería tan vacío de corazón. Sería mucho más sabio,
en la mente de la gente se esconden muchísimos conocimientos. Y el mínimamente
sabio exigiría algo más de su existencia.
Estaba cursando el bachillerato
cuando eso ocurrió, de modo que el rebote de “posible lector de mentes” cayó
sobre Platón. ¿Y si el susodicho debía sus cavilaciones a este don, que
obviamente habría ocultado toda su vida? Era una posibilidad, y tras cada clase
se me antojaba más probable. Era un hombre sabio, parte de sus conocimientos
podrían deberse a saber lo que pensaban quienes le rodeaban. Y si éstos eran
sabios también… Alguien inteligente como él pudo llegar a absorber gran
cantidad de información y magnificarla. El problema llegó cuando me di cuenta
de la incoherencia de mi hipótesis: alguien tan propenso a estudiar el
funcionamiento de la mente humana… Se habría vuelto totalmente loco con miles
de voces en su cerebro revelándole teorías cada instante. Su cabeza simplemente
habría explotado… Y eso supongo que alguien me lo habría contado.
Ello me llevó a pensar que la
persona que tuviera ese don sería de ciencias. Alguien para quien la filosofía
sólo estuviera relacionada con esta capacidad especial, pero no con su trabajo,
pues ya en su día a día tendría suficiente dosis de “humanidad”. Tiempo después
del chasco platoniano, ya en la universidad, un día pasé la clase de
electrotecnia mirando con atención a aquel profesor que me recordaba a mi abuelo.
Había nacido para ser ingeniero, amaba cada palabra que decía y cada minuto que
trabajaba. Su tiempo dedicado a la docencia, una vida tranquila en una bonita ciudad
de la península. ¿Y si fuera él? Puede que el leer mentes le hubiera ayudado,
quién sabe, en algún examencillo camino a su vocación docente. Es obvio que uno
no se hace catedrático de la nada, pero ya entenderéis que todo puede echar una
mano. Su manera de mirar a los alumnos… ¿Y si ya supiera nuestro grado de conocimiento
antes de ponernos a prueba? Sus clases tranquilas, la conexión de temas en su
cabeza, alguna risa que se le escapaba sin motivo… Todo cuadraba.
Aún no he podido descartar mi hipótesis sobre el profesor de electrotecnia, sigo sin pruebas para hacerlo, pero tampoco la puedo afirmar. Y probablemente, si me ha leído el pensamiento esta mañana en clase… Ya no me deje pillarle nunca.
Aún no he podido descartar mi hipótesis sobre el profesor de electrotecnia, sigo sin pruebas para hacerlo, pero tampoco la puedo afirmar. Y probablemente, si me ha leído el pensamiento esta mañana en clase… Ya no me deje pillarle nunca.
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