miércoles, 15 de abril de 2015

El lector

Hoy os voy a compartir algo con lo que especulo a veces respecto a las personas a las que voy conociendo. No os mentiré; es bastante curioso. Pero es divertido al mismo tiempo. Me gusta pensar en cómo sería la persona que pudiera leer la mente de los demás.

Cuando tengo delante a alguien que, por algún motivo, me llama la atención, le aplico mi hipótesis e intento contrastarla. Voy a poner varios ejemplos de mis casos más significativos.

La primera persona con la que tuve esta idea fue alguien célebre, un famoso actor. Pensé en cómo habría podido utilizar su don para llegar a ser conocido y –no lo neguemos- inmensamente rico. Poseer todo aquello que alguien exclusivamente terrenal desearía. Acabé descartando mi hipótesis porque, si alguien tuviera la capacidad de leer los pensamientos, no sería tan vacío de corazón. Sería mucho más sabio, en la mente de la gente se esconden muchísimos conocimientos. Y el mínimamente sabio exigiría algo más de su existencia.

Estaba cursando el bachillerato cuando eso ocurrió, de modo que el rebote de “posible lector de mentes” cayó sobre Platón. ¿Y si el susodicho debía sus cavilaciones a este don, que obviamente habría ocultado toda su vida? Era una posibilidad, y tras cada clase se me antojaba más probable. Era un hombre sabio, parte de sus conocimientos podrían deberse a saber lo que pensaban quienes le rodeaban. Y si éstos eran sabios también… Alguien inteligente como él pudo llegar a absorber gran cantidad de información y magnificarla. El problema llegó cuando me di cuenta de la incoherencia de mi hipótesis: alguien tan propenso a estudiar el funcionamiento de la mente humana… Se habría vuelto totalmente loco con miles de voces en su cerebro revelándole teorías cada instante. Su cabeza simplemente habría explotado… Y eso supongo que alguien me lo habría contado.


Ello me llevó a pensar que la persona que tuviera ese don sería de ciencias. Alguien para quien la filosofía sólo estuviera relacionada con esta capacidad especial, pero no con su trabajo, pues ya en su día a día tendría suficiente dosis de “humanidad”. Tiempo después del chasco platoniano, ya en la universidad, un día pasé la clase de electrotecnia mirando con atención a aquel profesor que me recordaba a mi abuelo. Había nacido para ser ingeniero, amaba cada palabra que decía y cada minuto que trabajaba. Su tiempo dedicado a la docencia, una vida tranquila en una bonita ciudad de la península. ¿Y si fuera él? Puede que el leer mentes le hubiera ayudado, quién sabe, en algún examencillo camino a su vocación docente. Es obvio que uno no se hace catedrático de la nada, pero ya entenderéis que todo puede echar una mano. Su manera de mirar a los alumnos… ¿Y si ya supiera nuestro grado de conocimiento antes de ponernos a prueba? Sus clases tranquilas, la conexión de temas en su cabeza, alguna risa que se le escapaba sin motivo… Todo cuadraba.

Aún no he podido descartar mi hipótesis sobre el profesor de electrotecnia, sigo sin pruebas para hacerlo, pero tampoco la puedo afirmar. Y probablemente, si me ha leído el pensamiento esta mañana en clase… Ya no me deje pillarle nunca.

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