Me he puesto a pensar en el trayecto que hicieron María y José hacia Belén, y hay varios asuntos que no comprendo. Un embarazo es el mejor regalo que puede llegarle a alguien, pero estos días, casualidades de la vida, me vienen a la cabeza algunos pormenores. Para nada eclipsan la felicidad de lo venidero, pero podría uno llegar a pasarlos por alto.
La espalda… No entiendo cómo pudo
María caminar tantísimas horas, tantas, sin caer rendida de dolor. No hablamos
de una barriga de cinco ni de seis meses, estaba embarazadísima. Estaba a
punto, muy a punto de dar a luz. El peso de la parte baja de la espalda es muy
difícil de soportar mucho rato seguido, y probablemente ella no tenía el cinturón
elástico aguanta-barrigas ni una buena faja. Y desde luego no tenía a su fisio
de confianza cerca. Sinceramente, no lo comprendo.
Los pies… Lo más probable es que
la pobre llevara un calzado más bien desafortunado. No es por prejuicio, pero
dado el contexto histórico y social, creo que no llevaba ni las mejores Nike
del mercado ni unas buenas botas. De hecho es posible que no llevara ni un buen
calcetín. Y si a todo ello añadimos nieve… Pues espero que por las noches se le
secaran los calcetines y el interior de los zapatos del día anterior. Porque he
caminado con calcetines húmedos -lo que tiene ser despistada y no prever mudas
correctas en la montaña- y uno no aguanta mucho. Y seré yo un poco maniática,
pero cada tontería pesa mucho más cuando una está embarazada. Físicamente se
multiplica por tres, y anímicamente por diez. No sé muy bien cómo lo hizo.
Las náuseas… Algunas son
afortunadas y sólo tienen el estómago revuelto el primer trimestre. Pero eso no
siempre es así, y de serlo, luego llega el ardor de estómago. Empiezo a parecer
quisquillosa, pero el vaivén sobre un burro, calculo que al menos 8 horas al día
para hacer jornadas de trayecto productivas, a mí me parecen imposibles. O tuvo
que parar a resolver sus náuseas cada media hora, o José trajo un arsenal de
palitos de pan para calmarle el estómago. Que todo puede ser, oye. José parece
previsor, quizás el angelito le avisó también de esto.
El frío… El termostato no siempre
funciona con las hormonas algo sueltas. No sé yo si llevaban el nivel de
abrigos térmicos de los que disponemos hoy en día, pero algo me dice que pasaron
ambos mucho, pero que mucho frío. Tanto de día como de noche.
Y yendo a las noches… El sueño.
No he sido muy exigente como algunas de mis amigas, con esto de los quince
cojines, de diferente tamaño, dureza y forma. Pero realmente la última quincena
es casi imposible dormir, incluso con un colchón maravilloso que compras
emocionado por el módico precio de, vamos a llamarlo, una fortuna. No creo que las
posadas del camino tuvieran semejante equipamiento. Más bien creo que María
durmió muy poquito durante todo el trayecto. Sin mencionar la obviedad de que
no sé exactamente cómo iban al baño en esa época, pero la combinación no se me
antoja lo que llamo “el número ganador”.
La incertidumbre… Ahora mismo nos
hacen unas veinte pruebas durante el embarazo, los monitores lo indican todo, sabemos
qué doctor nos atenderá, dónde estará, a qué teléfono contestarán él y sus
cuatro contactos de emergencia y más o menos qué ocurrirá. Y lo que no sabemos,
es una certeza que el doctor o nuestra querida madre o suegra lo saben. Ella
estaba sola con José. Y José era desde luego el mejor marido que pudo tocarle,
sobre eso podemos hablar otro día. Pero no tengo claro que fuera el más
experimentado en planes de parto, fecha y procedimientos. Estaban de camino sin
saber cuándo llegaría el momento, si habrían conseguido llegar a Belén, si
tendrían sitio en alguna parte -ojo, sin reservar en Booking ni por El Corte
Inglés.
Sinceramente, no entiendo cómo pudo estar tranquila sin reserva previa en la posada, sin dormir, sin espalda, sin pies, sin abrigo y sin estómago. No me entra en la cabeza, pero es evidente que vivió aquellos días con toda la Paz del mundo. Si no, no habría podido salir de Ella semejante milagro. Algo hubo que no sé explicar, que no alcanzo a comprender y que desde luego me deja mucho, mucho que pensar.
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