Arranco estas líneas con el corazón encogido. Se me acumulaban desde hace ya tiempo, aunque una intente posponerlo. Ahora, ya desbordantes, salen a la luz. Es su momento, y no sé en qué momento ha ocurrido.
Recuerdo cuando tuvimos nuestra primera conversación seria, la primera
entre hermanos de igual a igual, sin hablarte como a un niño. Pero aquel día
aun no te vi como a un hombre. Era pronto.
Recuerdo las risas con los primeros atisbos de tu barba. Pero no recuerdo
cómo tu rostro adquirió facciones más marcadas, de ese proceso no fui
consciente. Sólo lo vi claramente, en una foto, cuando ya casi eras un hombre…
Pero todavía no; era pronto.
Recuerdo cómo nos pareció que tu afición al deporte cada vez era menos
infantil, luego menos adolescente, y al final, menos amateur. Recuerdo la
impresión de papá el primer día que fuiste tú el que apretaba el ritmo esquiando,
o en bicicleta.
Recuerdo la primera pista que bajaste como si nada, pero con todo. Eras
pequeñito para considerarte un hombre, o eso pensé. Pensé que era pronto.
Recuerdo las lágrimas de mamá en tu último día de colegio. Pero no le dimos
importancia, la euforia, la fiesta. Sólo mamá sabía lo que pasaba, lo que
estaba pasando y quedaría atrás.
Recuerdo las noches de inquietud que tuve cuando te incorporaste en la
universidad, en esa carrera tan difícil que sólo tú podías convertir en fácil.
Como aquella pista, la que me pareció que volaba un niño.
Recuerdo verte salir de fiesta y disfrutar con tus amigos, y pensar que te
veía más joven que cuando nosotras lo hacíamos. No podía ser… Era demasiado pronto.
Recuerdo tu madurez en aquellas entrevistas para incorporarte en este proyecto,
uno de tus grandes proyectos. La impresión de verte serio, interesado en algo
importante para ti. Tu alegría al conseguirlo. Nuestra alegría con nuestro
chico, que no niño… pero tampoco hombre todavía.
Recuerdo tu responsabilidad para con tu equipo, tus días de trabajo, tus
noches en vela. Tus viajes con amigos, tus escapadas, ya al volante. Tu
cochecito, y luego tu coche. Y todos tus “tu”, que se iban haciendo adultos,
menos tú, que eras nuestro niño, nuestro pequeño David. Aún pequeño, porque
para no serlo, parecía pronto.
Y ahora, que recuerdo todo esto y más, me siento una estúpida por no
recordar en qué momento te has hecho un hombre.
Ahora ya no están esos rizos rubios, esos mofletes que nos perseguían para
jugar, ese niño pequeñito al que había que llevar en coche, ese aprendiz de
esquiador, ese uniforme en miniatura, esos amiguitos con cara ingenua, ese
perseguidor de Rayo McQueen, ese hermanito al que había que proteger.
En su lugar hay un hombre, de mirada madura e ideas arraigadas. De valores
claros, decisiones firmes y ambición constante. Un Hermano, uno con mayúsculas,
un cuñado, un tío. Con sueños tangibles que perseguir, y energía sobrante para
perseguirlos. Con tu autonomía, con tus amigos, tu libertad y tu vida.
Ahora ya no es pronto para empezar a considerarte un hombre. Ahora es, de
hecho, demasiado tarde. Porque no recuerdo en qué punto exacto ha ocurrido, ni
por qué tengo la impresión de que ha sido tan rápido, ni en qué momento te
comencé a admirar. Ni si pestañeé un segundo y ocurrió, ni cuantísimo te echaré
de menos ahora que te vas a seguir – y a conseguir - tus sueños. Esos sueños de
hombre, que un día, un niño soñó.