Se os ha hecho tarde comiendo,
entre las birras en el Pla de Beret y el postre, a las cuatro y poco salíais de
allí.
A y media te das cuenta de que tu
amiga está cansada y has infravalorado la pista que os queda; empiezas a
sufrir, pero sólo un poquito. Tú vas bien, pero ella necesita su tiempo. “Llegaremos”
te repites una y otra vez, pero no avanzáis y ya son y 40.
Llegas al cambio de rasante y lo
ves, el telesilla Jorge Jordana que os llevará hacia casa. En teoría cierra a
menos cuarto. A esa hora exacta oyes que avisan “¡Cinco minutos!”, miras a tu
amiga y os entendéis “Corre, baja tú y haz que me esperen”. En dos curvas llegas
abajo y se lo dices a la encargada. Sus ojos cansados no te dan respuesta, en
su lugar grita “¡Un minuto!”. Entendido. Empiezas a gesticularle a tu amiga, “¡Corre,
corre!” A malas una silla que hay más abajo podría llevaros también… Si
llegáis.
Finalmente tu amiga llega casi
con el corazón fuera. Entra y cierran la valla, eso sí es apurar. Cogéis la
silla ya solas, tu amiga aún resopla. Os llevará hacia arriba y sólo os quedará
bajar hacia el huevo, el telecabina de vuelta al parking. “¿Llegaremos, Gloria?”,
“Sí, mujer, seguro que el huevo lo cierran tarde. Tú descansa.” Miras el reloj
de reojo, las 16.55 y llegando arriba. Quieres creer tus palabras, pero
sinceramente también quieres creer que tu amiga pondrá el turbo.
Bajáis de la silla y arrancáis,
la pista aguarda. Vacía, sola para vosotras. Y ahí te invade… La peor sensación
del día, y la mejor. Es una sensación nueva, una perfecta mezcla de paz
interior y pánico. Parecido al mar abierto, en calma, para ti. El sol se está
poniendo y al bajar vosotras ya se ha parado el telesilla. Excepto la nieve que
sale de los cañones -ya encendidos- no se mueve ni un átomo. La pista Reina, ya
sombría, es lo único que os separa del telecabina. Se ve, abajo. Se te hace
raro ver las pistas con esa luz, hay visibilidad pero ya oscurece, y el
silencio te cala cada hueso. Podrías parar a reflexionar o echar a correr, y lo
peor es que no logras descubrir qué sensación se podría apoderar antes de ti.
Es tan interesante que incluso te podrías parar a escribir sobre ello.
Vais bajando hasta que se oye lo
peor. “¡Corred, que cerramos!” Os avisan los del huevo. La mitad de paz que
habitaba tu cabeza le cede el espacio a esa sensación de urgencia, el huevo es
la única opción. No hay mucha nieve y la pista de vuelta a casa no es
esquiable, vamos, que es apta para que pasten las vacas.
Tu amiga hace lo que puede y
repetís estrategia, de un sprint llegas abajo pero no esperas obrar milagros.
El encargado te avisa de nuevo; los empleados de la estación están cogiendo las
últimas cabinas con las bolsas de basura.
Le haces señas a tu amiga y te
responde, piensa que la saludas. “¡Que no, que no, que cierran!” Y no sabes
cómo, pero ella también hace un último esfuerzo y llega, finalmente llega.
17.13h y entráis en el último
huevo; el encargado ríe. Y vosotras con él, porque ha sido la peor sensación
del día… Pero también ha sido la mejor.