Esta es una carta que alguien podría estar escribiéndole a su única
rodilla. No soy yo, ni es alguien cualquiera, pero me he tomado la libertad de
meterme en su cabeza por unos instantes, mientras la escribo. Espero que no te importe.
“Querida rodilla:
Gracias, y perdón. Te trato con toda la delicadeza de la que dispongo, pero
no puedo quitarte el trabajo que te corresponde… Te prometo que lo intento
aligerar. Esta noche descansaré mis horas, o al menos lo intentaré.
No me dejes solo, rodilla. Sabes que te necesito para acabar esta pista. No
puedo controlar este esquí sin ti, sé que la pendiente es pronunciada. Hay bams
y eso te duele, pero hemos pasado por situaciones peores, ¿las recuerdas? Te
prometo un caldo caliente al final de la bajada, pero tú no pares, no te rindas.
Yo le digo al cuádriceps que te ayude, tú sigue gestionando las curvas, lo
haces muy bien, querida rodilla.
Siento la soledad, siento que tu gemela te dejara sola hace treinta y siete años. Siento que hayas tenido que enfrentarte a todo esto
sola, pero ¿qué te voy a contar? También eso nos ha convertido en mejores
amigos. Tú, yo y un puñado de músculos. Juntos en Colorado, en Nagano. Juntos
en aquellos descensos, en los súper gigantes y los slaloms, qué jóvenes éramos…
Dinamita.
Hemos sido un gran equipo, hemos hecho grandes cosas. Los mundiales con el
equipo español, aquél esquí largo que dominaste a tu gusto. Los Pirineos con la
familia, la princesa y los críos, la felicidad. Juventud, divino tesoro. En
aquél entonces nada nos pesaba. Semanas de entrenamiento, bicicleta y trabajo
con tu compañera de titanio. Cuánto te agradezco que hayas aprendido a amarla…
como si fuera tu hermana, la que perdimos aquel verano.
Y juntos renunciamos a la vela, al mar abierto. A correr y al tenis. Pero
al esquí no, eso no podía quedar atrás, era un precio demasiado alto y no se lo
íbamos a pagar a la vida. Y la bicicleta tampoco, hay cosas que no se pueden
evitar. Hay amores que nunca mueren.
He abusado de tu fortaleza, lo sé. He intentado gestionar tus fuerzas lo
mejor que he podido, lo mejor que he sabido. Sé que te subí a Lillehammer, y me
defendiste a capa y espada, y vencimos. Sé que te metí en la Titan, y en medio
del desierto también diste la talla, y volvimos a vencer. Y con cada subida en
bici desafiábamos a la gravedad, y con cada bajada esquiando la disfrutábamos.
Porque a ti también te han gustado las aventuras, no puedes mentirme. Sonríes
cuando vienen curvas, aunque sientas los años que se cobran la comodidad, la frescura. Ahora ya necesitamos el
viscoelástico, no es sólo una preferencia. Pero tú sabes que por dentro siempre
seremos aquellos jovenzuelos que aprendían a andar… de nuevo.
Suerte que tuvimos al encontrar sustitutas de metal, a saber qué habríamos
hecho solos tú y yo. Las muletas se habrían cargado nuestros hombros. Pero el
cuerpo está hecho para andar sobre dos piernas -de las de verdad-, y eso
también nos ha pasado factura a ti, a mí y a nuestra querida espalda. Aun así,
no se lo permitiremos, el tiempo no tiene permiso para hacer lo que quiera,
nunca se lo hemos dado. Y seguiremos.
Seguiremos esquiando a nuestras anchas, o con el ancho que nos dé el cansancio.
Tomaremos caldito caliente y pararemos con frecuencia, todo por un buen día en
las pistas. Con pesar nos tuvimos que despedir de la bicicleta, pero nadar
también nos ha gustado. Seguiremos en ello, pues. La adaptación siempre se nos
dio bien.
Y aunque llegue el temporal, y aunque nos hagamos mayores. Aunque cada vez
cueste más, seguiremos ganando. Porque eso es lo que hemos hecho, formar equipo
y ganar. Y volveremos a los Alpes, y los conquistaremos. Y renovaremos esquí, stabilos,
anorak o casco, pero nosotros seguiremos siendo los mismos. Porque ¿qué haría
yo sin ti, rodilla mía? Y ¿qué habrías hecho tú sin mí? Y por eso te pido que
aguantes un poco más, mantente firme. Que la bajada ya acaba, que sólo quedan
un par de curvas. Seguiremos venciendo a las circunstancias, porque de eso sí
sabemos. Es lo que somos, es lo que hacemos.”